¿SABEN AQUEL QUE DIU...? (Por Cova)
Pues una vez más, el querido Woody no ha colmado las expectativas de sus fans. Se le nota una pereza, una desgana, un descuido en el hacer inadmisibles cuando has disfrutado a rabiar con otras películas suyas. Esa fotografía apagada ¡¡En la ciudad de la luz!! de colores planos, amarillentos, de película caducada ¡¡En la era digital!!... Un guión repetitivo (a la tercera vez que ves el mismo coche, recogiendo al chico en el mismo sitio y a la misma hora, empiezas a tararear la musiquilla de los caballitos), monótono: la parrafada de Hemingway en el susodicho coche, repitiendo como papagayo el texto leído, es el bostezo numero cincuenta. Y por supuesto el sosainas y 90% previsible final.
¡¡Ah!! El chiste está en que Woody había firmado con Mediapro por tres películas más después de Vicky, Cristina, Barcelona. Falta una que, si nadie lo remedia, nos llegará el año que viene. El catalán Jaume Roures es el responsable de la productora. Un beso para todos los catalanes, pero que no esperen enseñar a hacer negocios a un judío. Y un beso también para todos los judíos, por supuesto. ¡¡Que vuelva el Woody de siempre, Ya!!
SÍNTOMAS DE FATIGA por Vladimir Eisenstein
Las luces de alarma que señalan el declive de Woody Allen ya no parpadean, permanecen encendidas, no se apagan. Duele reconocerlo, pero así es. Seguimos acudiendo a nuestra cita anual con él y allí está, sin falta, un caballero puntual, para entregarnos su nueva comedia, pero ya nos invade la sospecha de que cumple por educación, sin ganas. Y no se trata de la mayor o menor calidad de esta o aquella película. Le perdonamos incluso, el serio tropezón de “Vicky, Cristina, Barcelona”, un grosero borrón en su filmografía. Al fin y al cabo le debemos tantos momentos inolvidables que se le podía disculpar hasta esa desagradable sensación de que nos había estafado. No, no es cuestión de mala racha o desacierto. Es la desasosegante sensación de desgana que sus últimas obras comunican.
En “Midnight in Paris”, su última entrega, la apatía con que ha dirigido resulta palmaria. Basta contemplar la secuencia inicial que rememora el brillante comienzo de “Manhattan”. Lo que en aquella película eran iniciáticas imágenes del skyline sobre las melodías de Gershwin, aquí son una sucesión de rutinarias diapositivas turísticas de la Ville Lumière muy probablemente rodadas por un ayudante y montadas por otro.
Y lo terrible es que el planteamiento es excelente, brillante y muy propio de Allen que, sin duda, no ha perdido lo que no se puede perder: el talento y sus muy peculiares ideas. En esta ocasión además acierta en algo que suele fallar: la elección de su protagonista-alter ego. Owen Wilson es una elección afortunada que da el tipo con toda naturalidad. Pero no basta con que las ideas sean buenas, hay que trabajarlas. Los sucesivos viajes al pasado de Gil, un frustrado escritor, en los que se encuentra con todos aquellos grandes artistas que en el pasado brillaron por las calles de París, acaban resultando monótonos y sólo nos pica la curiosidad de descubrir con quién se va a encontrar en el próximo, sabiendo que nada interesante ni gracioso va a suceder. En fin, que el guión resulta estar bastante verde y hubiera necesitado mucha más elaboración, porque se queda en borrador. Es increíble cómo se desaprovechan personajes como el fanfarrón Hemingway o el peculiar Dalí y ya resulta desesperante que el único gag digno del genio neoyorquino, el de “El ángel exterminador” esté tan mal resuelto en imágenes y pierda toda la chispa que tiene por escrito.
En fin, que todo resulta tan falto de aliento y poco trabajado, tan perezoso, que la pretendida magia, que algunos han comparado con “La rosa púrpura del Cairo” apenas llega a esbozarse.
A estas alturas ya no sabemos qué revulsivo puede despertar a Woody. Quizás deba suspender su European Tour y regresar a su hábitat o cambiar de registro, enfrentarse al desafío de hacer algo diferente, como en su última gran película: “Macht Point”.
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