País: USA. Año: 2009.
Duración: 96 min.
Género: Comedia dramática.
Interpretación: Shirley Henderson (Joy), Ciarán Hinds (Bill), Allison Janney(Trish), Michael Lerner (Harvey), Chris Marquette (Billy), Rich Pecci (Mark),Charlotte Rampling (Jacqueline), Paul Reubens (Andy), Ally Sheedy (Helen),Dylan Riley Snyder (Timmy).
Producción: Christine K. Walker y Derrick Tseng.
Fotografía: Ed Lachman.
Montaje: Kevin Messman.
Diseño de producción: Roshelle Berliner.
Vestuario: Catherine George.
Distribuidora: Golem.
Estreno en USA: 23 Julio 2010.
Estreno en España: 30 Julio 2010.
No recomendada para menores de 12 años
No es fácil explicar el cine de Todd Solondz, porque no son fáciles de definir las emociones que provoca. La magnífica primera secuencia de “La vida en tiempos de guerra” es buen ejemplo de lo que estoy diciendo y una buena muestra de su estilo. Joy y Allen son un matrimonio interracial, ella con aspecto de iluminada vegetariana, diminuta y pálida como la leche; él un negro patibulario con la cara cortada ( es el Omar Little de “The Wire”). Cenan juntos para sellar su reconciliación. Lloran y ríen desconsolados sin poderlo evitar. Se quieren, se necesitan, quieren seguir juntos, pero ha sido mucho el dolor y la esperanza de que todo cambie es débil. Los sentimientos se entremezclan como las lágrimas y la risa. Son, además, como todos los personajes de Solondz, unos seres peculiares, estrafalarios, algo ridículos, heridos desde la infancia, sin duda. Raros, freaks.
Como espectador te sientes desconcertado. No sabes si reírte o conmoverte, no sabes si identificarte con esos tipos patéticos o burlarte de ellos. La escena acaba fatal: la camarera reconoce al marido como su acosador telefónico y le escupe a la cara. Ya sabemos cuál era el problema en la pareja y la reconciliación se aborta. Él no ha cambiado, no puede cambiar por muy consciente que sea del daño que hace y se hace y por muchas promesas de enmienda que haga. Amamos, pero somos incapaces de hacer nada por los demás, nuestra naturaleza es egoísta. ¿Qué sentido tiene entonces el perdón?
Este fatalismo está siempre presente en el cine de Solondz. De ahí que las duras cuestiones morales que aborda resulten simplemente trágicas. Si estamos determinados, si no podemos cambiar, los juicios morales o religiosos carecen de sentido. En “La vida en tiempos de guerra” el tema central es la pedofilia, retomando unos personajes de “Happiness”. Tema difícil de afrontar fuera del simplista e irreal esquema del diabólico pervertido que acecha a nuestros infantes. Padecemos una verdadera psicosis en esta sociedad que idolatra a los niños y que lleva a situaciones tan paradójicas como la detención de menores por pornografía infantil o la imposibilidad de acariciar a un niño ajeno sin despertar reacciones airadas. Andrew Jarecki ya abordó el tema en un excelente documental “Capturing the Friedmans” y en nuestro país Arcadi Espada estudió también un caso sucedido en el Barrio Chino de Barcelona en su imprescindible libro-reportaje “Raval”.
Pero “La vida en tiempos de guerra” es ficción y no documento, gracias a lo cual Solondz puede ahondar en la humanidad de víctimas y “pervertidos”, mostrándonos la dolorosa complejidad de las relaciones humanas, cómo dañamos y nos dañamos, cómo nuestros actos no son nunca inocentes y cómo la culpa o la lucidez no nos ofrecen salida ante la imposibilidad de cambio. Es cierto que “desviados” o no, en el cine de Solondz no encuentras a ningún ciudadano corriente, casi todos están desequilibrados, pero sería un error pensar que sus problemas nos son ajenos por ser singulares. Solondz tiene una visión grotesca del ser humano, pero esas caricaturas son nuestras caricaturas. Al fin y al cabo todos los humanos sufrimos igual. Los sentimientos son aquello que tenemos en común. No cabe reírse de estos “frikies” o pensar que Solondz pretender provocar o divertir con tipos disparatados, no estamos ante una comedia de Almodóvar. Aquí el humor es soterrado, ácido, la risa se atasca en el nudo de la garganta, porque lo que se nos muestra es hasta qué punto podemos ser ridículos en los momentos más emotivos.
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