jueves, 24 de mayo de 2012

"LAS NIEVES DEL KILIMANJARO" (Robert Guédiguian)




F I C H A   T É C N I C A 
Título original: "Les neiges du Kilimandjaro"
Dirección: Robert Guédiguian
Guión: Robert Guédiguian inspirado en el poema "Les pauvres gens" de Víctor Hugo
Música: Pascal Mayer
Fotografía: Pierre Milon
Montaje: Bernard Sasia
Producción: Agat Films & Cie
Reparto: Jean-Pierre Darroussin, Ariane Ascaride, Gérard Meylan, Maryline Canto, Grégoire Leprince-Ringuet, Anaïs Demoustier, Adrien Jolivet. 
Duración: 107´

                                       S I N O P S I S
A pesar de haberse quedado sin trabajo, Michel es feliz con Marie-Claire. Hace 30 años que se aman. Sus hijos y sus nietos les miman. Tienen muy buenos amigos. Se enorgullecen de sus combates políticos y sindicales. Sus conciencias son tan transparentes como sus miradas, pero su felicidad se hará pedazos cuando dos hombres armados y enmascarados les asaltan en su casa y les roban lo poco que tienen. 


                                         C R Í T I C A 

CRÍTICA CRITICONA (Por Cova)

Guédiguian siempre se ha caracterizado por contar unas historias amables, sólidas, costumbristas, tiernas, de final feliz y con una buena dosis de crítica social. En ese sentido, ésta probablemente sea una de sus mejores fábulas. Dicho esto,  a pesar de que a mí también me gusta su mundo, y de que recomiendo vívamente que se vea la película, hay un par de cosillas que me pinchan las tripas y no puedo dejar pasar: 
Para empezar: Ciertamente, la solución sindical dada a un, casi siempre, temible Expediente de Regulación no es la más justa, puesto que no se tienen en cuenta factores muy importantes como son las circunstancias familiares, o ambientales si se quiere, de los trabajadores afectados.
En segundo lugar, es cierto también que Michel (Jean Pierre Darroussin) escapa considerablemente mejor que algunos de sus otros compañeros de penas y fatigas. Pero nada de lo anteriormente dicho justifica un atraco, por muy desesperado que se esté y por necesario que sea encontrar una salida. Esa, es la salida fácil, la salida en la dirección equivocada. Más aún porque su (ex) compañero no es un privilegiado directivo que gana un pastoplón por ¿Trabajar en? ¿Gestionar?  una empresa. 
Un hombre con muchos años de trabajo a las espaldas, que tendría verdaderamente difícil encontrar uno nuevo, cuya mujer trabaja de asistenta o repartiendo publicidad por las casas, ¿En serio le asalta la duda de que pueda ser un privilegiado burgués? ¿No era ese el  status mínimo al que se aspiraba para todos los trabajadores de la tierra? En mi opinión, monsieur Guédiguian, usted medio disculpa al atracador al dejar sin palabras a Michel, cuando aquel le echa en cara su “mala actuación” sindical. 
Por último, y desde la perspectiva de una “casi” cincuentañera, le diré que ya me gustaría que los trabajadores de mi generación fueran la mitad de enrollados, comprensivos y solidarios que son Marie-Claire y Michel. Hay honrosas excepciones, sin duda, pero son eso: excepciones que se cuentan con los dedos de una mano, y sobran dedos. 
Y respecto a la juventud, pues, le diré que, en mis tiempos, unos eran superrevolucionarios, otros, contrarrevolucionarios, y la mayoría, en realidad, estábamos bastante en Babia e hicieron falta unas cuantas dosis de realidad para espabilarnos. La única diferencia realmente importante que yo percibo  con los de ahora es el móvil, iPhone, iPad o Tablet que usan.
Son tiempos absurdos, oscuros. Una vez más. Y en estos tiempos es necesario decir las cosas con claridad y  firmeza, reconociendo los errores pero sin refocilarse, desde luego, en el (no siempre tan) glorioso pasado, ni paralizarse por un sentimiento de culpa que nada aporta y menos soluciona.

“EL CANTO DEL CISNE DEL MOVIMIENTO OBRERO” por Vladimir Eisenstein

Robert Guédiguian lleva componiendo a lo largo de su filmografía lo que podríamos llamar un romance, un cancionero popular vitalista y animoso. Impulsado por el aliento de Renoir, canta a la clase trabajadora, a los emigrantes, a los desfavorecidos. Se sirve para ello de una fiel troupe de actores que le sigue película tras película, con Ariane Ascaride y Jean-Pierre Darroussin al frente, dos grandes actores que no interpretan, respiran y se mueven con pasmosa naturalidad, lanzando fogonazos de emoción y sentimiento con una mirada, una sonrisa o una lágrima que mana sin esfuerzo de su interior. Desde la conciencia de clase y una ideología de izquierdas, orgullosa y sentida, Guédiguian no ha dejado de reivindicar añejos valores de solidaridad, fraternidad y lucha.
Con este universo el género narrativo más adecuado parecería ser el realismo, sin embargo Guédiguian nunca ha recurrido a él, prefiriendo la fábula, el cuento de hadas si se quiere. Nunca ha temido resultar cursi o poco verosímil y ha eludido las contradicciones internas de sus personajes que, aunque duden a veces, son siempre nobles y también las contradicciones de la causa obrera. Lo suyo es la épica sentimental. Sale triunfante del intento y es lo que caracteriza su estilo. Sin embargo muchos de sus seguidores teníamos cierta sensación de que Guédiguian nos estaba contando ya siempre lo mismo con pequeñas variaciones y cierta autocomplacencia. En “Presidente Miterrand” incluso llegó a mosquearnos al rodar una hagiografía de tan equívoco y oscuro personaje. Pues no, parece que al combativo cineasta aún le queda mucho talento porque las “Nieves del Kilimanjaro” es una absoluta obra maestra. Y es una obra maestra porque por primera vez los héroes de Guédiguian tienen que afrontar que los tiempos han cambiado y su narrativa adquiere un tono crepuscular que le proporciona mayor vigor dramático. Pervive la injusticia y la necesidad de lucha, pero la clase trabajadora ya no es lo que era y se filtra por primera vez en su ánimo la sensación de esfuerzo honroso, pero inútil, se escucha el canto del cisne del movimiento obrero.
Michel, el protagonista, es un veterano de la CGT, el sindicato. Su generación se ha curtido más en negociaciones y huelgas legales que en las barricadas. Ahora tiene que aceptar una reducción pactada de plantilla en su empresa. Él mismo se ve prejubilado y no sabe qué hacer sin el trabajo y la actividad sindical que ha llenado toda su vida, pero no es sólo su vida la que entra en el ocaso, es su mundo. La industria decae, las fábricas cierran, ya no hay trabajo para toda la vida ni cientos de compañeros con los que se comparten afanes, la clase obrera se desintegra. Sufre un atraco y descubre que el autor ha sido uno de sus jóvenes compañeros también despedido. Le denuncia, pero acaba comprendiendo que los jóvenes se enfrentan a una situación social muy distinta: descomposición familiar, bajos salarios, precareidad; están abocados por el liberalismo salvaje al lumpen. Al mismo tiempo sus hijos y su mejor amigo le reprochan su comprensión: un delincuente es un delincuente. Michel se siente confuso ideológicamente, desgarrado éticamente. Sabrá estar a la altura, como siempre, apoyado por su compañera, como siempre y por su amigo y camarada, como siempre, pero la sensación de fracaso, de quizás haberse equivocado y de que su mundo, aquella sociedad con unas clases sociales definidas y coherentes, hoy se fragmenta y ya nadie sabe quién es ni por lo que lucha, salvo por la subsistencia o el triunfo, le corroe. Final feliz, con la cabeza muy alta, pero amargo.
No me convencen algunos puntos de vista de Guédiguian como una visión demasiado simplificadora de las generaciones en la que los jóvenes son retratados con absoluto pesimismo o unos complejos de aburguesamiento de los protagonistas que parecen exagerados, pero estas “Nieves del Kilimanjaro” es una película imprescindible y conmovedora. Si se tiene conciencia de clase, claro, y ay de quien no la tenga porque pintan bastos. 
             

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