Título original: "Les herbes folles"
Año de producción: 2009
Dirección: Alain Resnais
Año de producción: 2009
Dirección: Alain Resnais
Guión: Alex Réval y Laurent Herbiet
basado en la novela "L´incident" de Christian Gailly
basado en la novela "L´incident" de Christian Gailly
Fotografía: Eric Gautier
Montaje: Hervé de Luze
Música: Mark Snow
Producción: Jean-Louis Livi
Intérpretes: André Dussollier, Sabine Azéma, Mathieu Amalric, Anne Consigny, Emmanuelle Devos, Michel Vuillermoz, Sara Forestier, Nicolas Duvauchelle.
Duración: 104 minutos
Intérpretes: André Dussollier, Sabine Azéma, Mathieu Amalric, Anne Consigny, Emmanuelle Devos, Michel Vuillermoz, Sara Forestier, Nicolas Duvauchelle.
Duración: 104 minutos
SINOPSIS
Una cartera robada y luego hallada abre las puertas a un peculiar romance entre George y Marguerite. Después de curiosear los documentos de identidad de su dueña, no es fácil para George devolver a la policía la cartera roja que encontró. Y tampoco puede Marguerite recuperar su cartera sin sentir una cierta curiosidad por el hombre que la halló.
C R Í T I C A
“CABRAS LOCAS” por Vladimir Eisenstein
Pocas veces me he sentido tan perplejo al salir del cine como tras el visionado de “Malas hierbas” de Alain Resnais o, por decirlo más claramente, pocas veces se me ha quedado tanta cara de idiota. Quiero suponer que es una película que requiere una complicidad a la que yo soy ajeno. Y el caso es que “Malas hierbas” (imprecisa traducción de “Herbes folles”) comienza muy agradablemente. Tienes la sensación de que el venerable Resnais aún disfruta haciendo cine y que te va a contar una liviana, sensual y encantadora historia de enredo. Algunos acentos psicopáticos del personaje protagonista (esa admirable presencia de André Dussollier) añaden además algo de pimienta y todo parece ir bien encaminado. Un agradable margen de incertidumbre sobre qué ocurrirá te mantiene atento y, cuando los protagonistas comienzan a desconcertarte, la intriga sobre sus motivaciones e intenciones finales aumenta, ya que supones que la resolución explicará todo, aunque ya empiezas a tener cierta sensación de que “cuando el diablo se aburre, mata moscas con el rabo”, entendiendo por diablo a esos insustanciales burgueses que deambulan por la pantalla buscando imaginarios enamoramientos para rellenar su hastío vital, incluyendo hasta al egregio Resnais en el saco. Eso sí, por respeto al maestro, crees percibir una agradable ironía, aunque no llegue al sarcasmo chabroliano.
Pues no, para nada, ingenuo y bien intencionado espectador. Los comportamientos imprevisibles se disparan y todos los personajes, no sólo la pareja central, comienzan a comportarse como cabras locas. Es lo que la crítica incondicional describe como “ejercicio de libérrima irreverencia del maestro francés” y a ti simplemente te parece un desmadre. Te desesperas buscando explicaciones a lo que ocurre en la pantalla y no porque uno sea un cabeza cuadrada, sino porque en absoluto Resnais te ha puesto en antecedentes de que esto sea una alocada comedia, una clásica “screwball”. No es ese el ritmo de la narración ni los personajes se ajustan a ese género, con lo que te quedas estupefacto. Puedes contarme ésto, pero no así, porque no se entiende.
Puede que, si tras la escena del salón, hubiese aparecido la palabra fin, la película aún te habría parecido curiosa, una gran broma sin más, pero no, Resnais tiene que rizar el rizo y se lanza a tumba abierta en un vuelo final en el que ya te sientes burlado. La libertad creativa no consiste en hacer lo que te de la gana. Tienes que jugar con el espectador, no a su costa. Yo, al menos, no alcanzo a percibir joie de vivre y acabo detestando a esos maduros y acomodados burgueses que sí, son malas hierbas, más que locas, por su estúpida forma de jugar con los sentimientos ajenos. Si así han envejecido los jovenzuelos de la nouvelle vague es que no han aprendido nada y su airada inmadurez a los sesenta años ya no resulta dadaísta, sino patética. No pinta nada un abuelo en un botellón y no percibo ese distanciamiento crítico por ningún lado, aunque, maldita sea, la secuencia que pone el epílogo es absolutamente genial: “Mamá, ¿cuándo sea un gato podré comer croquetas?”.
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