EL PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE por Vladimir Eisenstein
“Si la piedra cae sobre el cántaro, pobre cántaro. Si el cántaro cae sobre la piedra, pobre cántaro, también” del Talmud judío.
Un cántaro protagoniza “Un tipo serio” de los hermanos Coen, un alma de cántaro, mejor dicho. Un antihéroe clásico, un pobre hombre, un hombre ridículo al que se le acumulan todas las desgracias posibles. ¿Destino fatal? Puede que no esté todo escrito, pero nada bueno le ocurre, desde luego. Es un juguete en manos de Dios y Dios parece estar ofendido con él. Lo paradójico es que es un hombre de ciencia, un profesor de matemáticas, aunque su especialidad sea la matemática cuántica donde rige el principio de incertidumbre.
La película comienza con un cortometraje, un cuento yiddish en el que un matrimonio duda si el rabino que se sienta a su mesa está muerto o está vivo. Secuencias después vemos a Alfred, nuestro hombre, explicando a sus alumnos el experimento de Schrödinger, según el cual no podemos saber si un gato metido dentro de una caja está muerto o está vivo y, si abrimos la caja, influimos en el resultado. La esposa del cuento decide hacer una prueba, “abrir la caja”, para salir de dudas y ello causa la ira de Dios, pero Alfred, como bien insiste desesperado todo el rato, no ha hecho nada y por tanto no comprende por qué le pasa lo que le está pasando, no se lo merece. Acepta algunos contratiempos, es un buen hombre, pero tantos atentan contra su razón. Pobre cántaro.
Los hermanos Coen nos retratan un Alfred, víctima del azar, al que todas las probabilidades se le vuelven en su contra y que no encuentra en su entorno amparo alguno. Tiene tintes autobiográficos esta película (es fácil imaginar al pequeño Aaron como un trasunto de Joel o Ethan) y la visión que nos dan los Coen de la comunidad judía es bastante ácida. Una comunidad que proporciona una sensación de protección y seguridad a sus miembros, pero que resulta asfixiante, coercitiva y empobrecedora.
El tratamiento formal se atiene al estilo más habitual de estos hermanos. Situaciones disparatadas y personajes caricaturescos. Tenemos entonces los mimbres clásicos de una comedia, pero no lo es. Hay mucha ironía y leyendo el guión todos hubiéramos imaginado muchas risas, sin embargo los Coen pisan el freno, nunca se acelera el ritmo. Parece como si el principio de incertidumbre de Heisenberg también les hubiera afectado a ellos y no se acabaran de decidir entre géneros. Cocinan los divertidos ingredientes con seriedad, no quieren reírse del absurdo vital de su protagonista, le compadecen. Como no consiguen una salsa agridulce al modo Wilder, les queda una película divertida, pero lenta, con un toque de angustia insatisfactorio. El error está en que la caricatura gruesa no sirve para describir matices, vaivenes o contradicciones, todos sus personajes son esperpentos y ellos no se atreven a tratarlos como tales. Ni están vivos ni son muñecos.
Qué ganas tengo de ver esta película, y más después de tan interesante anállisis.
ResponderEliminarMuchas gracias y un saludo desde Brevemente.
"Durante el rodaje de esta película ningún judío fue maltratado"
ResponderEliminarUna película llena de humor, Negro, pero humor.
La mejor con “No Country For Old Men” de los Cohen. Frases como: "Yo no he hecho nada..." o "Simplemente a veces las cosas no funcionan" son el eje central de la película que solo aparentemente es de un corte demasiado simplista. La música es genial, la fotografía, los planos, la imagen y sonido en general son muy buenos y plasman a la perfección la absurda vida que nunca se nos hace comprensible. Quizás lo más flojo sea el ritmo, que aunque algunos lo tachan de lento no es ese su mayor problema sino sus continuos saltos y cambios de marcha. Estos cambios de ritmo también dan un carácter especial a la película pero desorientan un poco al espectador.
Los actores, prácticamente desconocidos, estupendos. Hay escenas que deberían de ser más explotadas y otras que no deberían de ocupar tanto sitio, quizás el “Final Cut” es demasiado drástico.